La educación más que cualquier otro recurso de origen humano es el gran igualador de las condiciones del hombre, el volante de la maquinaria social

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Una marca se hace creando actos de fe

En estas fecha de fin de año, donde el consumismo en nuestra sociedad alcanza su mayor auge, donde las empresas utilizan nombres como el “BLACK FRIDAY” para ofrecer y vender sus productos “al costo”, me puse a pensar y reflexionar sobre como la fe hace que las iglesias en un abrir y cerrar de ojos crezcan, y cada día van surgiendo más y más, y lo relaciono con la fe, y me di cuenta de: Cada vez que cambiamos nuestro dinero por un producto o servicios es porque creemos que nos va a compensar. Estamos depositando en él y no en otro nuestras expectativas, y precisamente por eso no deseamos que nos falle: comprar es ejercer un acto de fe. Haciendo un frío análisis de qué es lo que las religiones ofrecen para ser capaces de perpetuar su fe u por qué las marcas corren un constante peligro de extinción, llegué a la conclusión de que las religiones tienen cuatro cosas, del que muchas empresas de hoy en día adolecen: En primer lugar tienen un gran concepto ganador, <> y aquí es donde podemos añadir el cielo concreto al que nos referíamos en el principio anterior. Ahora te pregunto: Las marcas o empresas que defiendes ¿ofrece algún beneficio? En segundo lugar, tienen una explicación simple de cómo alcanzar el cielo. Cualquier creyente católico tiene a su disposición la biblia e infinidad de textos teológicos, pero para la efectividad en comunicación, cuanta más explicación más compleja o difícil es la digestión. Por eso, siendo los 10 mandamientos una buena síntesis de cómo alcanzar el premio, Moisés debió de pensar que tal vez eran demasiados y por eso los cerro con un << y esos diez mandamientos se resumen en dos>> A este remate es lo que le llamo sencillamente, lección magistral de comunicación. Pregunto: ¿tus clientes pueden explicar el premio que les ofreces? El tercer lado del cuadro es la liturgia, que es el conjunto de signos que siempre van cargados de simbolismos que perfilan y concretan el gran intangible conocido como fe. Cualquier creencia que se aprecie, tiene su gran marca, sus propios colores, rituales, vestuarios, celebraciones….. incluso sus propios estilos arquitectónicos y musicales. Si esto lo llevamos a las marcas, en todos los sectores, muchos han creado su propia imagen corporativa. La pregunta es: ¿Tu empresa tiene unas memorables y recordables señas de identidad? Por último, toda religión pende y depende de una jerarquía, cuanto más sencilla, más difícil de esquivar. En realidad, el rol más importante de los grandes jerarcas de intangibles es concretar y mantener inalterables y sin dudas los principios de la fe. En las empresas, en bastantes ocasiones este objetivo se confía a directivos de quita y pon, personas que son incapaces de entender unas funciones, que por su trascendencia, siempre tienen que estar controladas desde la cima de la empresa, allí donde está el faro que muestra y proclama su fe. La pregunta del cuarto punto se la dejo a su libre opinión…….

martes, 20 de noviembre de 2012

La Desesperanza, un riesgo latente en nuestra sociedad

En los últimos años, numerosas investigaciones han mostrado que la forma en que "interpretamos" los sucesos negativos influye en la aparición de problemas emocionales, tales como la ansiedad y la depresión. La desesperanza es un estilo atribucional que consiste en una tendencia a hacer inferencias negativas sobre las causas, consecuencias e implicaciones para la propia persona que tienen los sucesos vitales negativos. En este sentido, la desesperanza se ha considerado un importante factor de vulnerabilidad para cierto tipo de depresión y para el pensamiento de suicidio.

Según cuenta la conocida leyenda de la mitología griega, los dioses, celosos de la belleza de Pandora, una princesa de la antigua Grecia, le regalaron una misteriosa caja, advirtiéndole que jamás la abriera. Pero un día, la curiosidad y la tentación pudieron más que ella, y abrió la tapa para ver su contenido, liberando así en el mundo todas las grandes aflicciones que hoy existen. Pudo cerrarla justo a tiempo de evitar que se escapara también la esperanza, que es el único valor que hace soportables las numerosas penalidades de la vida.

Y no parece que faltara razón a los hombres de la antigua Grecia cuando valoraban en tanto la esperanza. Porque la esperanza no es una simple ilusión ingenua de que, al final, y no se sabe bien por qué, todo irá bien. Se trata más bien de tener fe en que uno puede, con la ayuda que sea precisa, superar las dificultades.

Como ha señalado Josef Pieper, la pérdida de la esperanza suele tener su raíz en la falta de grandeza de ánimo y en la falta de humildad. La grandeza de ánimo hace a los hombres decidirse por la posibilidad mejor entre las posibles, e impulsa resueltamente a todas las demás virtudes. La humildad coloca a la esperanza ante sus propias posibilidades, previniendo de la realización falsa y ayudando a la realización auténtica. La esperanza lleva de modo natural a la magnanimidad, y la humildad protege todo ese proceso, para que no se pervierta por presunción ni por desesperanza. La desesperanza es como una senilidad del espíritu, y la presunción es lo contrario, como una especie de infantilismo espiritual.

No me estoy refiriendo a la desesperanza como estado de ánimo en que se cae, sino como un acto voluntario por el que el hombre desdeña algo a lo que podría aspirar. Porque quien tiene esperanza, lo mismo que quien tiene dudas, puede adherirse o no a la esperanza o a la duda que de modo natural se les presenta, y eso es lo que hace que las personas podamos construir nuestro carácter de acuerdo con lo que nos parece que debemos ser, y no nos limitemos a abandonarnos a nuestras reacciones espontáneas.

La desesperanza supone siempre un desgarro interior, pues va dirigida contra los anhelos propios de nuestra naturaleza. Y es además un error peligroso para la vida moral del hombre, ya que todas sus realizaciones están ligadas a la esperanza, y, cuando falta, nos dejamos caer en muchos otros extravíos.

El principio y la raíz de la desesperanza suele estar en la pereza. A la desesperanza no se llega de modo repentino, sino por un paulatina dejadez, que a su vez conduce a una tristeza que paraliza, que descorazona, y que refuerza de nuevo la dejadez, en un círculo vicioso muy bien trabado. Quizá por eso se ha dicho tanto que la pereza es la madre de todos los vicios. Y quizá también por eso, para superar esa pereza no basta con la laboriosidad y la diligencia, sino que también hay que fomentar la grandeza de ánimo y el optimismo.

Rendirse a la pereza y la desesperanza es siempre una renuncia malhumorada y triste, que engendra primero indiferencia, y después, tristeza y evasión de la realidad. Pero la pereza y la desesperanza no pierden su terrible fuerza por mirar para otro lado. Se vencen únicamente con la vigilante resistencia de una mirada penetrante y atenta.

El hombre perezoso prefiere sustraerse de la obligación de la grandeza. Es como una humildad pervertida, que no quiere aceptar su verdadera condición y sus talentos, porque implican una exigencia. Es como un enfermo que no quisiera curarse para que no le exijan lo que se exige a una persona sana. Por eso la sabiduría griega daba tanta importancia a cultivar desde muy jóvenes la esperanza.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Libertad Financiera













“Una de mis creencias personales más fuertes es que uno se convierte en lo que estudia. Si adquieres conocimientos en leyes,puedes convertirte en abogado. Si estudias historia, puedes convertirte en historiador. Pero sin importar qué materias has aprendido o no, si estudias cómo invertir para crear flujo de efectivo, puedes convertirte en una persona financieramente libre.Entonces puedes decidir si quieres continuar con lo que te has preparado para ser, retirarte o comenzar a estudiar algoc ompletamente nuevo. Eso es lo que la libertad financiera puede hacer por ti”.